Un museo [de arte en nuestro caso] no es tan solo una colección de obras conservadas en perfecto estado, estudiadas y catalogadas, algunas presentadas en exposición permanente, otras en exposiciones temporales y seguramente las más dispuestas en las reservas. Ni tampoco es un conjunto de servicios culturales, interiores y exteriores, gestionado con eficacia dirigido a recibir visitantes, atenderlos y ofrecerles diversas actividades complementarias de interés particular o social. Un museo es todo esto, ciertamente, pero nuestras investigaciones han ido en la dirección de considerar un museo como una idea – se prodría entender como un planteamiento museológico- llevada a la práctica a través de un proceso museográfico crítico. Una idea ¿de qué? Lógicamente, la respuesta primera es: una idea de museo, pero esta respuesta nos conduce a una tautología no operativa. Un museo no se define por sí mismo ni puede concebirse atendiendo las diversas definiciones que ha dado el ICOM que por su obviedad no enriquecen los objetivos de las líneas de investigación. Hemos partido de que un museo no es más que una idea del mundo y de la realidad, y, más concretamente un instrumento cultural para construir ese mundo y esa realidad.
Nos engañaríamos, sin embargo, si consideramos que un museo o la idea de un museo puede plantearse –como hipótesis- a través de encuestas de presente, de necesidades sociales de un momento determinado o de concepciones políticas o artísticas inmediatas. En un proceso de investigación, un museo no puede considerarse como un producto de consumo que deba obedecer a un mercado, aunque sea cultural, y mucho menos si no lo es. Estos presepuestos han guiado la investigación en el campo de los museos y muy concretamente las bases del proyecto del Museu Nacional d’ Art de Catalunya, llevado a cabo entre 1986 y 1991.