Artes y civilizaciones. Europa, civilizaciones Cristiana e Islámica, Mundo Contemporáneo. Barcelona: Lunwerg, 2008. (Joan sureda, director y coautor). págs. 203-229.
[…] el ser humano, en su labor creativa, se enfrenta a una materia que se resiste a sus deseos. Por ello, y por ser producto de una sabiduría incompleta y cambiante, su obra nunca llega a alcanzar el grado de lo perfecto. En la época románica, lo que ahora nosotros llamamos "obra de arte " era considerado ante todo una cosa conforme a los principios y a las leyes de la técnica y del oficio (res artificiata), algo que tan sólo dentro de los límites de lo humano podía alcanzar perfección y belleza propias, es decir, una correcta adecuación a su función. En el trabajo artístico se distinguía entre el creador en el sentido intelectual del término, es decir, el artífice teórico (artifex theorice), por lo común religioso (obispo, abad, monje), que habla, que idea los programas iconográficos de las decoraciones murales, de las tablas, los relieves de una fachada o los capiteles de un claustro, y el artífice práctico (artifex practice), conocedor del oficio necesario para llevar a cabo la obra. Si bien al artifex practice (pictor, magister operis, etc.) románico pocas veces se lo conoce documentalmente, no puede decirse que fuese anónimo. El tipo de relaciones laborales de la época -basadas sobre todo en contratos verbales-, el nomadismo de muchos de los artífices, la obligación de los religiosos de practicar la humildad ante el temor de semejarse al Creador, y la pérdida de innumerables obras y de documentación, han hecho que hayan perdurado relativamente pocos nombres de aquellos que sin duda practicaron su trabajo con alta estima profesional. Un ejemplo de esta estima se halla en la catedral de Módena, en cuya fachada aún se leen los versos que celebran la gloria y la fama del escultor Wiligelmo, que labró sus relieves, y en cuyo ábside otra inscripción loa a Lanfranco, su primer maestro de obras. No siempre las inscripciones que certifican la autoría de una obra son, sin embargo, tan elogiosas; la mayoría se reducen a los lacónicos "me hizo" (me fecit) o "hizo esto" (hoc fecit), aunque también las hay que afirman la calidad del trabajo (hoc opus insigne) o la nobleza del artífice (hoc nobie facit opus). Tampoco faltan las que dan a conocer la fecha de la ejecución, como en la inscripción labrada en el dintel de la portada occidental de la antigua catedral de Saint-Pierre de Maguelone. Pero el artífice no sólo inscribe su nombre, con más o menos orgullo. En la época románica no son extrañas las figuraciones de éste en el momento de ejecutar su labor […]. (Joan Sureda, de «El arte románico»).