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«La pintura románica»

Catalunya genio a genio. Del siglo XI al siglo XXI. Barcelona: El Mundo de Catalunya-Lunwerg, 1995, págs. 9-32.

Generalmente, las caras vistas de la mesa de altar solían cerrarse a la manera de una caja, es decir, mediante una tabla frontal y dos laterales no meramente ornamentales, sino lugares de manifestación de imágenes sagradas que eran trasunto de las murales y de las escultóricas. Las primeras noticias de tales tablas datan del siglo IX, en el que se las llama tabula, término poco preciso que designaba todo tipo de mobiliario que cerrase e incluso cubriese el altar. Los frontales de los que se tiene noticia documental eran suntuosas piezas de orfebrería que con el paso de los siglos y por el cambio de los gustos, aparte de la codicia humana, acabaron siendo fundidas. Pero además de esas piezas de plata y oro, propias de ricas catedrales y poderosos monasterios, existieron otras labradas en mármol que dignificaban igualmente el ara del altar, como lo hace aún hoy el tardío frontal de la catedral de Tarragona con escenas de la vida de santa Tecla. Con todo y con eso, ni las piezas de metales preciosos ni las de mármol eran fácilmente asequibles a las pequeñas comunidades rurales que querían ornar su altar; de ahí que en éstas sustituyesen las tabulas de plata o mármol por tablas talladas o pintadas, de las que en Catalunya, como hemos dicho, se conserva un número significativo. El frontal no era el único mobiliario que ornaba y señalaba el altar como el lugar más noble de la iglesia. Antes bien, su concepto de lugar único, de arcanum, de imagen de lo celeste, estaba simbolizado sobre todo por el baldaquino o ciborio […]. ( Joan Sureda, de «La pintura románica»).

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