Litoral. Revista de poesía, arte y pensamiento, 258, 2014, págs. 38-53.
Maio mense, dum per patrum/ pulchris floribus hornatum/ irem forte spatiatum,/ uidi quiddam mihi gratum./ Vidi quippe Cithaream/ Venerem, amoris, deam,/ atque uirginum choream/ que tune sequebatur cam./ Inter quas eat Cupido,/ areus euius reformido, sepe qui dieebat «io¡»,/ uocem quam amantum scio [. . ]./ Los versos amorosos del anónimo monje, seguramente inspirados en los Versus Eporedienses de finales del siglo XI atribuidos al canónigo Guido d'Ivrea, hacen pensar que en la Edad Media algunos tenían conciencia de que su mundo no era distinto, sino continuación del de la Antigüedad clásica. Siglos antes, en los tiempos de Carlomagno, se había soñado en fundar una «nueva Atenas» bajo la regencia de un «nuevo David»; se apreciaban la literatura, la música, la arquitectura, la pintura y todas las artes del pasado; se escribían elogiosos apóstrofes a la antigua Caput Mundi, y se copiaban y transcribían los autores clásicos. Con la voluntad de admirar y reconocer mejor la grandeza del pasado, Carlomagno llegó a trasladar estatuas y utilizó columnas y mármoles romanos para construir la basílica de Aquisgrán. Incluso aquellos a quienes les resultaba difícil admitir sin rebeldías ni recelos tales apologías y apetencias de lo antiguo y luchaban por separar lo cristiano de lo pagano, hallaban en los poetas de la Antigüedad […]. ( Joan Sureda, de «Pintura y poesía en la Edad Media»).