Guadalimar. Revista mensual de las artes, octubre, 25, 1977, págs. 60-64.
[…] Ante la escultura vasca no cabe hablar de forma y de contenido, ni tan siquiera de significante y significado, sino del resultado dialéctico entre el hombre y su esencia, entre el hombre y su realidad. Espacio y tiempo han sido los conceptos habitualmente más utilizados para explicar las obras de Oteiza, Chillida, Basterrechea..., pero ni ese espacio ni ese tiempo deben entenderse a través del concepto de materia o a partir de la formalización de la misma, sino como manifestación existencial, puesto que el espacio, según C. Norberg Schulz, y nosotros añadiríamos el tiempo, deriva de una necesidad del hombre de adquirir relaciones vitales con el ambiente que le rodea para aportar sentido y orden a un mundo de acontecimientos y acciones. La escultura del pueblo vasco, que empieza a consolidarse al filo de los años 50, nace entonces no como forma, sino como existencia, es decir, de la necesidad de dar sentido a una realidad trágicamente desordenada. El escultor vasco, ante un entorno hostil, ante unas truncadas vivencias tanto individuales como colectivas, desciende hasta las raíces de lo autóctono y, por tanto, de lo universal, no para crear, sino para transformar ese entorno en orden a su auténtica realidad y la de su pueblo. Oteiza, que, como él mismo dice, nace con el cubismo, con la politranscripción de la realidad, hasta la mitad de siglo había estado luchando con el hombre, con su existencia, con su verdad e incluso, con su posibilidad. A partir de su labor en Aránzazu, en la que, quizás. ahondando en la esencia del ser humano no encuentra su espíritu más que en su materia, la reflexión de Oteiza sobre el arte, no sobre aquel arte que dirá que ha terminado, va generando una dinámica, entre conceptual y pragmática, que trasciende los límites de su propia obra para incidir de manera inequívoca en toda la escuela vasca. Vacío, huevo, hiperboloide, son términos, conceptos y realidades inexcusables en cualquier aproximación a la escultura oteiziana, pero si tuviéramos que encontrar a Oteiza, no sólo al Oteiza escultor atemporal, sino al Oteiza hombre que vive en un espacio y en un tiempo determinado, acudiríamos, sin duda, a su Conclusión Experimental 2 […]( Joan Sureda, de «Realidad y existencia de la escultura vasca» )