PLIEGO DEL DEPARTAMENTO DE LITERATURA DE LA UNIVERSIDAD DE SEVILLA.4, mayo 1979, pág.3.
Nadie niega ya que la actual situación de la práctica artística, sea la de las vanguardias clásicas, la de las manifestaciones marginales o autorreflexivas e incluso la que puede considerarse fruto de la tradición reaccionaria, es compleja, contradictoria y de una total ambiguedad e incongruencia ideológicas. Los intentos de socavar el orden establecido, los de aferrarlo a una verdad incontrovertible y los de sistematizar lo inclasificable, se suceden ininterrumpida y dialécticamente a lo largo de los últimos decenios; frente a un arte en crisis, que ha perdido su esencialidad y su funcionalidad, se intenta practicar un arte revolucionario que encuentre su arraigo en la realidad para poder incidir en ella, sin tener en cuenta, en tal caso, que si bien es posible una práctica artística revolucionaria no es factible un arte de la revolución. El arte es revolucionario en tanto que destruye, supera y plantea alternativas a la artisticidad burguesa, aunque tales propuestas en su inmediatez cotidiana no puedan prescindir de los circuitos de comunicación y comercialización de la práctica artística clásica. Dadá, suprematismo, surrealismo, expresionismo abstracto, minimalismo. arte pobre, ambientalismo, arte de participación, han sido hitos en esa transgresión del tradicionalismo artístico y condicionantes de la acusada desestabilización plástica de los años sesenta en la que incluso pareció ser posible el imposible anti-arte marcusiano. Pero el desengaño francés permitió que, frente a los que tomaron conciencia de la especifidad de la práctica y del análisis pictórico y del no agotamiento de su significación dentro de un proceso revolucionario, se alzase lo que el reaccionarismo plástico y, por tanto, ideológico, estaba gestando a lo largo de los últimos años y lo que en ciertos ambientes no había dejado de ser lo oficial y únicamente válido: el realismo nostálgico y académico, el realismo que valora y exclusiviza la obra bien hecha, entendiendo como tal aquella resuelta con falsa minuciosidad artesanal; el realismo que basa su mérito en el asombro que su maestría manual provoca en el público; el realismo que, en definitiva, ofrece una garantía de compra y de plusvalía . Y no cabe duda que, al igual que se habla de un nuevo (?) realismo plástico, cabría hacerlo de un nuevo realismo filosófico, literario, teatral, cinematográfico y aún arquitectónico. El neusurrealismo, el neoexpresionismo, el realismo mágico, el falso naif y, de manera singular, el hiperrealismo, son las prácticas pictóricas que pregonan una vuelta al orden, una involución barnizada por una toma de posición en ocasiones presumiblemente crítica, pero que no es más que el indispensable ingrediente camuflante de un arte cuya esencia es el marketinc publicitario y cuya existencia es función del engaño óptico, de la identificación temática y de su sencillez y agrabilidad decorativa; es el Rea1ismus que lanzó al mercado internacional la Documenta 5 de Kassel celebrada en 1972, y que confirmó el Art-S de Basi1ea presentada en 1974; es el realismo hiperrealista de las intrigantes vistas urbanas de Richard Estes, de los desnudos de John Clem Clarke, de los objetos pseudo-encontrados de Howard Kanovitz, de los luminosos de Robert Cottingham. La serenidad de esa falsa y castrante realidad, apenas sazonada por críticas psicologistas y por asumibles denuncias sociales, se convirtió en el anhelado y codiciado calmante que posibilitó la vuelta del arte burgués a su redil burgués. Pero no sólo eso; tal serenidad restaurada por variopintas, freudianas y proustianas aportaciones resucitó de su muerte plástica a legiones de artistas entregados hasta el momento a la coacción y estulticiamiento del hombre, a pseudo artistas que desde su no asumida ignorancia, desde su anclaje en sueños imperialistas y totalitarios confundían, no ya el arte sino la estricta forma artística con la falta de verdadera creatividad, con la ausencia de total preocupación por la realidad real y con el desprecio hacia las investigaciones formales que supusiesen un pensar y un reflexionar. Así pues, la involución realista, sin olvidar que existe en la actualidad un realismo no reaccionario, ha hecho florecer en el campo universal, nacional y local de la creación plástica cardos marianos y calcitrapas de pátina acharolada y maqueada, cuyo principal mérito, que quizás no es poco, ha sido el devolver la tranquilidad y el sosiego a sus mentes y a aquellas otras que desde siempre han pensado que una obra de arte no es, ni puede ser más que algo bonito que se cuelga en las paredes del salón para que nuestras amistades lo admiren o algo valioso que se debe de encerrar en una caja fuerte. (Joan Sureda).