Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar, XV, 1984, págs. 46-63.
[…] Los métodos utilizados para analizar el período en cuestión son difícilmente definibles o clasificables. El intento, ya comentado, de una aproximación múltiple, realizado por los estudiosos de principios de siglo, sea el caso, principalmente, de Mn. Gudiol, ha quedado reducido a un interés de asociar las obras a determinados maestros, escuelas o talleres, basándose por lo común en intuiciones o en la aplicación, en el caso de J. Gudiol, de los presupuestos de Morelli. En ninguno de los casos se ha intentado profundizar en lo que sería una verdadera definición formal del período ni muchísimo menos, en lo que podríamos llamar implicaciones o relaciones sociales de las obras. Lo formal se entiende, con evidentes vaguedades, según la relación que hemos analizado a la vez que apenas el aspecto iconográfico ni las significaciones del modo ni el modo de significar se han tenido en cuenta, prevaleciendo, pues, una metodología basada en un ambiguo concepto de estilo. Ese estilo en pocos casos ha sido objeto de búsqueda de referencias, es decir, ha quedado encerrado en sí mismo, sin analizar sus relaciones con las maneras propias de otras zonas geográficas, siendo Post el único autor que, a nivel muy genérico, ha señalado en él influencias foráneas. La falta de método conlleva que el período no presente una clara definición y mucho menos los motivos de la misma. Los elementos que sirven para definir el período son, pues, varios y podríamos decir que parten de consideraciones estéticas, tales como las de Bertaux al calificar las obras de groseras y populares, sin duda en relación con los murales altorrománicos y, en particular, en este caso, los de Sant Quirce de Pedret. La comparación es también la base de la definición que plantea Gertrudis Ritcher. Para la estudiosa alemana, las obras incluibles en lo que hemos denominado secuencia protogótica surgen de la persistencia en suelo catalán del espíritu románico, que se resiste ante las novedades italianas. Para Richert, que no considera los murales citados por Mayer, esa confrontación formal se evidencia particularmente en pinturas realizadas sobre tabla. Hasta este instante la definición del período se entiende como transici6n entre la plenitud del románico y el gótico italianizante, centrando algunos autores el interés sobre la producción mural (Santpere i Miquel, Mayer) y otros (Richert) sobre la mobiliar. El planteamiento de Post es mucho más sutil y por primera vez otorga una definición en cierto modo autónoma al período, aunque no abandona el carácter de transición apuntado básicamente en el aspecto estilístico. Lo que varía de las obras que cita con respecto a las románicas es que las primeras abandonan el hieratismo oriental para pasar a un concepto de la realidad más propio del mundo occidental que en aquel instante, sin duda, aparecía regido por la cultura francesa. Para Post, en cierta medida el estilo francogótico es, pues, la afirmación del Occidente frente al Oriente, afirmación patentizada en conceptos formales como el naturalismo, la sensación tridimensional, la perspectiva visual, etc. Más compleja que la definición que ofrece Post del período es la realizada por Mn. Trens en un artículo cuyo título en cierta medida ya presupone una toma de posición: La Peinture Gothique jusqu'a Ferrer Bassa. Mn. Trens considera, al igual que Post, la existencia de una pintura gótica anterior a la influencia italiana, una pintura que rompe con la tradición propia [–]( Joan Sureda, de «Sobre el estudio de la secuencia pictórica protogótica en los condados catalanes. I. Estado de la cuestión»).