...

«Sobre la arquitectura y los arquitectos». El siglo del Renacimiento en España.

Madrid: Akal/Arte y Estética, 1998, ( Ávila, A.; Rogelio Buendía, J.; Cervera Vera, L.; García Gaínza, M.C.; Sureda, J.). págs. 15-20.

El Renacimiento abrió una falla que con el tiempo se iría agrandando entre el maestro de obras y el arquitecto, pero la profesión de éste no acabó de concretarse. Ni su formación, ni su relación con los patronos ni aun con los constructores prácticos, recibieron una clara definición al no existir tan siquiera gremios que velasen por sus intereses o los supervisasen, a diferencia de lo que ocurría en el caso de escultores y pintores. La oposición entre "maestro de obra» o artesano y arquitecto, que en Italia quedó plenamente establecida cuando Alberti consideró, en el prefacio de su De Re aedificatoria, a los artesanos como "instrumentos para el arquitecto» (es decir, como conocedores prácticos de la construcción que debían interpretar y llevar a la realidad el diseño de los arquitectos), en España fue expuesta por primera vez por Diego de Sagredo en sus Medidas del romano (526). Buen conocedor de la cultura italiana, en especial de Alberti y, a través de éste, de Vitrubio, Sagredo quiso asentar tanto los principios de la manera clásica, "la romana», para aquellos oficiales "que quieren seguir las formaciones de las Basas, Columnas, Capiteles y otras pieças de los edificios antiguos», como los de un nuevo orden profesional: «Se llaman oficiales mecánicos (aquellos) que trabajan con el ingenio y con las manos: como son los canteros, plateros, carpinteros, cerrajeros, campaneros y otros oficiales que sus artes requieren mucho saber e ingenio. Pero liberales se llaman los que trabajan solamente con el espíritu y con el ingenio: como los gramáticos, lógicos, retóricos, aritméticos, músicos, geométricos, astrólogos: con los cuales son numerados los pintores y escultores: cuyas artes son tan estimadas por los antiguos que aún no son por ellos acabadas de loar: diciendo que no puede ser arte más noble ni de mayor prerrogativa que la pintura que nos pone ante los ojos las historias y las hazañas de los pasados: las cuales cuando leemos o hacemos leer nos quebrantan las cabezas y nos perturban y atigan la memoria […]. (Joan Sureda, de «Sobre la arquitectura y los arquitectos»).

Regresar