Planeta, Barcelona, 2006 (Vol.IV. Sureda, J.; Bendala Galán, M.; Sánchez Fernández, C.; Ling,R.)
Al final del relato, Stephen Dedalus, protagonista de Retrato del artista adolescente, obra fundamental de la narrativa contemporánea, registra en breves notas de un diario su decisión de no servir más a aquello que no cree -llámese hogar, patria o religión- y de expresarse en vida y arte tan libre y plenamente como le sea posible. Se dispone a salir del sofocante mundo de Dublín para buscar la realidad de la experiencia y la fragua de su espíritu y para ello , en la última de las notas- la del 27 de abril- invoca a aquél que le puede dar la fuerza para conseguirlo: “ antepasado mio –escribe-, antiguo artífice, ampárame ahora y siempre con tu ayuda” . En los inicios de siglo XX -James Joyce publicó la obra en 1914- Stephen Dedalus, Stephen el héroe le llamó Joyce en la primera versión del relato, invoca a Dédalo, el primero de los escultores y arquitectos. Mítico héroe de la estirpe real ateniense de extraordinaria inventiva, Dédalo sustituyó los remos por las velas, inventó el nivel y el berbiquí, hizo estatuas animadas que veían y andaban, construyó la vaca hueca de madera que utilizó Pasifae para aparearse con el bello toro blanco que Posidón, uno de los grandes dioses del Olimpo, hizó salir del Mar, levantó templos e ideó el laberinto subterráneo de caminos sinuosos y de idas y vueltas inextricables que el rey Minos, rey de Creta hijo de la princesa fenicia Europa y Zeus, le encargó como morada oculta de del monstruoso Minotauro con cuerpo y extremidades de hombre y cabeza y cuernos de toro. El ingenioso y astuto Dédalo fabricó también con plumas y cera alas para que él y su hijo Ícaro, emulando el vuelo de las aves, huyesen de la prisión en la que los encerró Minos ( tan cerca del sol voló Ícaro que el sol derritió sus alas precipitándose al mar) y construyó, según Homero, un lugar para que Ariadna, hija de Minos y Pasifae- Minotauro lo era de Pasifae y el toro blanco- danzase en Cnosos. Ariadna se enamoró de Teseo, el más grande de los héroes griegos, y le proporcionó la forma de salir del Laberinto tras matar a Minotauro: un gran ovillo de hilo ideado por el propio Dédalo. Teseo era hijo de Egeo, rey de Atenas , que se desposó con Meta y con Calcíope sin tener descendencia. Deseando tener hijos que continuaran la estirpe ateniense acudió a Delfos para consultar al famoso oráculo sobre su capacidad genésica. El oráculo, sin embargo, resultó ininteligible para el rey que se dispuso a desandar lo recorrido y volver a su patria. En el camino hizo parada en Trecén. Allí, con engaños, se acostó con Etra, la misma noche que ésta también lo hizo con Posidón. Etra concibió al citado Teseo que , al pasar de los años sería reconocido por Egeo como hijo propio pese a las intrigas de su nueva esposa, Medea. Teseo zarpó rumbo a Creta para con el fin aparente de entregar el tributo de los sietes mancebos y las siete doncellas que los atenienses debían de satisfacer por haber dado muerto a Andrógeno, hijo de Minos, pero con la voluntad de matar a Minotauro. Prometió a su padre que si lo conseguía, a su vuelta cambiaría la vela negra de duelo de su nave por otra blanca o púrpura símbolo de su triunfo. Logró matar a Minotauro y volvió triunfante a Atenas, pero Teseo olvidó cambiar la vela. Al ver la vela negra, Egeo, que aguardaba con ansiedad el regreso de su hijo, se arrojó al mar que desde entonces llevaría su nombre: el mar Egeo. A finales del tercer milenio antes de nuestra era, en la tierras insulares y continentales bañadas por ese mar Egeo, en realidad Mediterráneo oriental, empezaron a aflorar las civilizaciones : la cretense o minoica, la micénica o heládica y la griega que se prolongarían en el Mediterráneo central en la etrusca y la romana que no sólo desarrollarían una capacidad sin precedentes de expansión territorial-- especialmente la griega y la romana en este caso-, y en la fabricación con materiales duraderos de construcciones arquitectónicas y obras de arte. Esas fueron civilizaciones cuyos dioses y héroes - hombres en cualquier caso en sus grandezas y sus bajezas, sus apetencias y sus temores, y sobrehumanos en su valor, sus empresas y su poder- se convirtieron en protagonistas de relatos míticos, fabulosos, inciertos e inverificables para la historia pero acaecidos para la tradición, relatos que tanto manifiestan la naturaleza y los comportamientos del ser humano individual y de la colectividad, como explican el mundo y lo inexplicable. La ejemplaridad del complejo laberinto de leyendas que, en cualquier caso, constituyen tales relatos y su plasmación plástica han conformado buena parte de las raíces del horizonte cultural de Europa. Una capacidad de conformar el pensamiento y el arte occidentales por parte de la antigüedad grecorromana- sólo en el paso del siglo XVIII al XIX esa antigüedad y sus obras se empezaron a calificar de “clásicas”- que tanto ha supuesto el deseo del retorno de sus principios germinales -el retorno de lo clásico- por parte de las épocas o individuos defensores de la intemporalidad del arte, como su superación e incluso su destrucción por parte de los que creen en la relatividad del arte en su imbricación histórica. (Joan Sureda, «Dioses, héroes y creadores»).