Planeta, Barcelona, 2006 (vol.VII. Sureda, J.; Baptista Pereira,F.A.)
Este libro fue concebido como una investigación de un largo viaje cronológico con visiones más cercanas de la historia del arte en un intento de proponer nuevas formas de interpretación y, evidentemente, de significar las manifestaciones artísticas del período del Renacimiento. La definición cronológica de ese período se ha convertido en un área continua de análisis, en la medida en que si la fecha de 1400-1401 es aceptada con cierta unanimidad por los historiadores, su límite final presenta fuertes controversias historiográficas. El libro propone la fecha de 1527, es decir la fecha del saco de Roma, como un acto que simboliza el final de una era, la humanista y sus valores. El Renacimiento, como otros períodos históricos definidos por procesos culturales, no presenta límites cronológicos aceptados unánimemente. Con todo, la época que se tiene por excelencia como renacentista es la que abarca desde principios del siglo XV hasta inicios del segundo cuarto del siglo XVI o, mas concretamente , desde de 1401, momento en que los mercaderes de la ciudad de Florencia convocaron el concurso para otorgar el contrato de las segundas puertas del baptisterio de San Giovanni, hasta 1527, año en cuyo sexto día de mayo cayó y fue saqueada Roma prima sedes, y los romanos conocieron que Clemente VII, inmolada su guardia suiza , huía del Vaticano , se refugiaba en el castillo de Sant ´Angelo y en él quedaba preso de las tropas imperiales de Carlos V. En este período de poco más de 125 años, en el que el individuo reivindicó interpretar y resolver por sí mismo, fuera de la tutela eclesiástica, las cuestiones relativas a la realidad, al pensamiento y a la conciencia, las ciudades-repúblicas italianas, sin cerrarse a la herencia medieval, renovaron y fortalecieron el cordón umbilical que les había unido y les continuaba uniendo a la Antigüedad. Convirtieron ésta en paradigma de concepción y conocimiento del mundo, y el hilo de Ariadna de lo clásico devino guía de la filosofía, de la literatura, de las ciencias y de las artes , del modo de vida, en definitiva, de unas gentes que aspiraban a recuperar y a hacer suya la grandeza y el esplendor que proclamaban las ruinas de la Roma caput mundi. Florencia encabezó la renovación, pero ni los territorios de Mantua, Ferrara, Urbino, Venecia o Milán, por tan sólo citar algunos, ni tan siquiera el Nápoles catalano-aragonés, fueron centros secundarios ni periféricos en relación a la capital toscana. Antes bien, mostraron, como lo hicieron también los diversas regiones europeas a lo largo del siglo XVI, una gran capacidad de adaptar los principios del Renacimiento: el todo se ha pensado, el todo se ha dicho y el todo se ha creado en la Antigüedad, a las tradiciones y condiciones locales y al reto de orientar el presente a través de la razón histórica del pasado. El Renacimiento se alejó de la metafísica para comprender el universo y la realidad inmediata, para estudiar al hombre y al cosmos. El ser humano, encarnación de la profunda armonía existente entre el macrocosmos y el microcosmos, se erigió en centro del mundo y en medida de todas las cosas. De lo divino se pasó a lo humano, de la concepción religiosa de la vida a la propia vida, y de lo heroico a lo noble y a lo burgués. Se exaltó la independencia y la dignidad del ser humano, y se reivindicó el fin del principio de autoridad que le avasallaba . La ética se desvinculó de la religión y se inició la separación entre política y moral. La legitimidad del poder del presente se asentó en la legitimidad de los gobernantes, una legitimidad que no emanaba de “la gracia de Dios” ni de los títulos , sino de las virtudes de aquellos que ostentaban el poder: la justicia, la prudencia, la sabiduría, la magnanimidad y la magnificencia, es decir, la disposición para grandes empresas y la liberalidad para grandes gastos. Eran virtudes que se debían hacer evidentes a través de una imagen pública virtuosa , uno de cuyos instrumentos, sino el principal, fueron las artes: la arquitectura, la escultura y la pintura. En el campo de esas artes, el Renacimiento supuso la recuperación de los ideales y de las formas clásicas en una perfecta continuidad con el mundo antiguo. Los artistas abandonaron el idealismo y el trascendentalismo medieval "anticuado y extraviado de la realidad natural" en aras de la imitación de la naturaleza, el origen de cuya belleza ya no se hacía derivar del acercamiento y contemplación de lo divino, sino del conocimiento científico y de la autoridad de los clásicos. Al igual que hicieron los científicos, los artistas, apoyados por mecenas, se acercaron al mundo que les rodeaba para comprenderlo empíricamente y crear leyes universales, como las de la perspectiva artificialis , que les permitiesen dominarlo e incluso representarlo. El arte dejó de considerarse una actividad “mecánica” o artesanal y pasó a juzgarse como una ocupación “liberal” o inteleletual . Se convirtió en instrumento de conocimiento y de investigación de la realidad: una verdadera y autónoma ciencia desarrollada en base a fundamentos teóricos racionales hasta que el crítico Manierismo, que emergió en la segunda década del siglo XVI y eclipsó al Renacimiento tras el sacco de Roma, hizo que la fantasía y la expresividad exiliasen a la razón. El Renacimiento asemejó el poderío humano a la naturaleza divina, llegó a sostener que lo que Dios creaba en el mundo por el pensamiento el espíritu humano lo concibía por sí mismo en el acto intelectual, lo escribía en sus libros y lo representaba en su arte. En los siglos del Renacimiento, el ser humano llegó a columbrar el orden de los cielos, el origen de sus movimientos, su progresión, sus distancias y su acción ¿Quién podía negar – como se preguntó Marsilio Ficino- que el ser humano poseyera el genio del Creador? ¿Quién podía dudar de que fuese capaz de construir los Cielos si dispusiera de los instrumentos y la materia necesarios ? El arte del Renacimiento descubre que nadie lo podía , efectivamente, poner en duda. (Joan Sureda).