Sureda;Bätschman;Boyer;Cassanelli; Cohen;Cormack;Cottrell; Crippa;Crispolti;Kaufman;Elsner;Payne;Erlande-Brandenburg;Gutiérrez;GutiérrezViñuales.; Hillenbrand;Lightbown;Osborne;Sarabyanov; Smirrnova;Tiberi;Torres;Vaisse;Velmans,T.
A lo largo de la historia, todas las civilizaciones han producido objetos fruto de capacidades específicas, tanto manuales como intelectuales, tan sólo desarrolladas por determinados miembros de la comunidad, objetos mediante los cuales, de manera individual o colectiva, la comunidad en cuestión pretendía reflejar, construir, incidir o transformar lo real, lo trascendente o lo imaginado, o, lo que es lo mismo, modificar el entorno para adaptarlo mejor a la supervivencia humana. Son los objetos que por poseer estas capacidades y manifestarse a través de técnicas y formalizaciones generadoras de significaciones singulares, entre ellas la estética, pasaron a formar parte de la llamada producción artística. Pero tal imbricación no se produjo de manera concordante, aunque la entendamos sólo en lo relativo, en las distintas civilizaciones, ya que, con anterioridad a mediados del siglo XIX, fueron muy pocas las que integraron este tipo de producción en el marco de un discurso histórico. En Occidente, esa integración tuvo lugar probablemente en la Grecia antigua en cuya lengua el término Τέχνη ( téchne) designaba toda capacidad, técnica o procedimiento humano transmisible ( en oposición a la naturaleza) encaminado a producir, a partir de unas determinadas normas o canon, cualquier objeto. Si en el caso de la arquitectura las normas que garantizaban la perfección estética y la utilidad funcional derivaban de las exigencias de la construcción, la fundamental que condicionó la escultura y la pintura fue la mímesis, es decir, la capacidad alusiva de lo producido en relación al aspecto de las cosas sensibles de la naturaleza. Desde el atomista Demócrito que vivió entre los años 470/460 al 370/360 a.C y para quien los grandes placeres nacían de contemplar las obras hermosas, y principalmente, desde el platónico Xenócrates que escribió un tratado sobre la escultura y la pintura, perdido en la actualidad y en el que planteaba cuatro categorías axiológicas, este tipo de obras se situaron intelectualmente dentro de un contexto histórico que solía prescindir, no obstante, de los creadores. Quizá uno de los primeros en interesarse por los creadores fue Duris de Samos, cuyo tratado sobre el tema en cuestión sólo conocemos a través de Cayo Plinio Segundo, conocido como Plinio el Viejo que vivió en el siglo I. Escritor en lengua latina, , en la que el termino ars ya había sustituido al griego Τέχνη, en los libros 34, 35 y 36 de sus Libri naturalis historiae ( Historia Natural ), Plinio traza una muy inicial historia del arte que no puede entenderse tan sólo como trabajo de compilación de las fuentes griegas, sino fruto de una clara voluntad intelectual de establecer una canon general de lo artístico en una época la que las obras más significativas de la escultura y pintura griegas se hallaban en los palacios imperiales, en los templos y en las colecciones de Roma. A diferencia de sus antecesores, Plinio construye esa historia a través de un encadenado de la vida y anécdotas de los principales escultores y pintores de los siglos V y IV. Un encadenado gobernado por el concepto de progreso artístico que partiendo de una época caracterizada por la mímesis de lo real, de la belleza ideal y de la expresión de los sentimientos representada por Apolodoro de Atenas, alcanza su fase de madurez con la figura de Zeuxis, pintor y escultor que logró la belleza perfecta a partir de la naturaleza, y llega a su máximo progreso con Apeles de Colofón que superó en belleza y esencialidad de sus obras a todos los pintores anteriores y posteriores. La concepción axiológica de la historia del arte propuesta por Plinio y sustentada en el progreso se ofuscó en el transcurso de la Edad Medía en la que la consideración del artista no fue más allá que la de un artesano que ejercía un arte mecánica. Nada tenían que ver pues lo pintores o arquitectos con los individuos versados, según la división difundida por Martianus Capella en el tratado didáctico De nuptiis Mercurii et Philologiae (siglo V). en las artes liberales. Si los que ejercitaban esas artes – gramáticos, dialécticos, retóricos, geómetras, aritméticos, astrónomos y músicos- cursaban estudios universitarios, los artistas, fuera de su actividad cotidiana, apenas alcanzaban a estudiar los conocimientos empíricos que les podían transmitir recetarios como el De diversis Artibus del renano Teófilo (s. XII) y , avanzando en el tiempo, el De arte illuminandi y el Libro dell'arte, libro escrito por el pintor Cennino Cennini que ya alborea la recuperación de la Antigüedad como canon y autoridad del arte y, consecuentemente, la concepción del arte desde un punto de vista histórico y el reconocimiento social del artista[…]. (Joan Sureda, de «El discurso histórico del arte»).