Madrid, Museo del Prado, 9 octubre 1990-13 enero 1991; Barcelona, Sala Sant Jaume de la Fundació Caixa de Barcelona, 31 enero-21 abril 1991. Cat. Madrid: Ministerio de Cultura-Barcelona: Ajuntament de Barcelona.1990-1991.
«Presentación», pág. 13; «La colección Cambó. Notas para una valoración artística», págs. 67-116; «Sebastiano del Piombo, Retrato de dama», págs. 286-294, cat. núm. 28; «Jean-Honoré Fragonard, Jean-Claude Richard, l’abbé de Saint-Non», págs. 486-494, cat. núm. 57. --------------------------------------------------- […] El reto que Cambó se había impuesto no era pues un reto menor y no estaríamos fuera de razón al decir que inasequible para cualquier tipo de coleccionista, aun y teniendo en cuenta que en los últimos años 20 y los primeros 30, época en la que Cambó formó su colección, el mercado del arte estaba aún bastante abierto y la compra-venta de grandes obras era todavía posible. Pero al respecto hay que aclarar una cuestión: más que a grandes obras, Cambó, en principio, siempre se refiere a autores o a maestros, si bien ya en posesión de las piezas, las mismas le atraen profundamente como amante del arte, lo cual no es óbice, por otra parte, para que las valore y las juzgue tanto en sí mismas como formando parte de su colección. Y de buen principio reconoce que las adquisiciones no siempre responden a las espectativas, puesto que el coleccionismo, y más el que podríamos llamar coleccionismo de museo, tiene que prever ciertas circunstancias que en ocasiones hacen que la colección en un momento determinado posea obras de manera provisional: « […] en la adquisición de obras de arte, cuando se sigue un plan de adquisiciones, muchas veces el coleccionista no podrá adquirir la obra que desee con dinero, por mucho dinero que piense emplear en ella; pero por el contrario podrá adquirirla por medio de un cambio... De manera que en la técnica de formar una colección de pinturas es elemento preciso la movilidad; adquirir a veces cosas que no interesan para la colección que se forma porque la escuela y aun el propio autor ya están representados; pero sí para que puedan servir de instrumento de trueque en el día de mañana[…]». Aunque no lo podamos saber con exactitud, ésta debió de ser, por ejemplo, la razón de que Cambó poseyera dos bodegones prácticamente idénticos de Zurbarán, piezas sin duda excepcionales, pero que no cumplían con la premisa básica de la representatividad. El coleccionar no es sólo una suma de oportunidades aprovechadas, sino el recuerdo, a veces acompañado de arrepentimiento, de ocasiones perdidas. y en este sentido a Cambó no le dolían prendas para citar aquello que pudo ser y que definitivamente no fue. Por este talante sabemos que no pudo adquirir uno de los cuadros pequeños más hermosos de Botticelli: La Anunciación, en la actualidad en la colección Robert Lehmann de Nueva York y que con anterioridad había pertenecido a la Huldschinsky ; también que por horas no pudo hacerse con el Van der Weyden de la colección Bache de Nueva York, ni con el hermoso retrato de La mujer con un librito en la mano derecha de Franz Hals, fechado en 1633 y en la actualidad en la National Gallery of Art de Washington (donación Mellon). Las compras fallidas de Cambó no paran ahí; entre ellas destaca el retrato del Abad Scaglia de Van Dyck, una marina de Cuyp y tres obras, según Cambó, muy importantes de escuela francesa de la colección de David Weil; pero sin duda una de las obras cuya compra más turbó a Cambó fue el supuesto retrato de Simonetta Vespuci, tenida por el coleccionista como pieza capital de Botticelli; la compra que finalmente no llegó a realizar Cambó, a juicio de éste hubiese supuesto que su colección de piezas de Botticelli fuese la primera del mundo después de la de los Uffizi. Cambó sentía verdadera veneración por sus obras; más que disfrutarlas en su visión, las gozaba por su presencia, casi por su compañía. Y de seguro que tenía sus preferidas, que por lo común eran aquellas que consideraba de un mayor valor artístico o de una especial estima sentimental. ¿Cuáles eran las elegidas? Se hace difícil contestar a tal cuestión, pero a través de los textos de sus Meditacions podemos llegar a adivinarlas. Y en este sentido la balanza del gusto se inclina indudablemente por el arte italiano […]. (Joan Sureda, de «La colección Cambó. Notas para una valoración artística»).