Barcelona: Planeta, 1995.(Barral, X.; Sureda,J.)
«[Prólogo]», págs. 7-8; «El espíritu del arte de Al-Andalus (1)», págs. 121-150; «Las imágenes de las tres culturas», págs. 151-383; «El espíritu del arte de Al-Andalus (2)», págs. 385-420; «Formas, materiales y tipologías», págs. 421-444; «Los hechos del Islam», págs. 445-477; «Los lugares del Islam», págs. 479-493, en Borrás, G. M.; Sureda, J., Crisol de tres culturas. Lo islámico, lo judío y lo cristiano (1995, III). ........................................................................................................................................................ En pleno siglo XIV, época en que en tierras cristianas renacía el espíritu antiguo de las artes -de la ars romana y de la tekné griega-, Ibn Battüta recorrió todo el Islam, llegando en su peregrinar hasta China.De vuelta a Marruecos recopiló sus impresiones en una extensa narración del viaje (ribla) que tituló «Regalo de curiosos sobre peregrinas cosas de ciudades y viajes maravillosos». En esa narración, el jeque tangerino describió territorios, historias, personajes, climas, expediciones, anécdotas, etc. Su cálamo, a pesar de lo extenso de la ribla, se entretuvo poco en la relación de cosas o narración de anécdotas sobre aquello que nosotros llamamos y entendemos por arte, y cuando lo hizo sus ojos se fijaron más en los monumentos que en cualquier otro tipo de manifestación artística, fuese escultórica o pictórica. Sin embargo, en alguna ocasión hace referencia a ello, como cuando llega a China,la tierra cruzada por el río, llamado Abi-hayat, el río del «agua de la vída». Habla del azúcar, las uvas, las peras, los melones, las lentejas y los garbanzos chinos, después de la porcelana, «la más hermosa» que ha contemplado nunca, de las gallinas y los huevos que ponen, que le sorprenden por su tamaño, el papel moneda para comprar y vender, el polvo al que prenden fuego tal si fuera carbón y, antes de pasar a otras cuestiones, de la predisposición de los chinos por las artes: «Los chinos -afirma Ibn Battúta- son los mejor dotados y los más hábiles para las artes de entre todas las naciones. Esto es algo bien sabido, tal como lo han detallado muchos autores en sus obras, pormenorizando la idea. En cuanto a pintura, nadie se les parangona en perfección, ni cristianos ni otros cualesquiera, porque poseen una capacidad inmensa. Asombran las cosas que allí he visto en este campo, por ejemplo: no entré en ninguna de sus ciudades sin que a la vuelta encontrara mi retrato y los de mis compañeros grabados en las paredes y en papeles expuestos por los mercados. En cierta ocasión entré en la capital del sultán pasando por el zoco de los grabadores, llegué al alcázar real, junto con mis compañeros, vestidos a la usanza de Iraq . Cuando retorné de palacio, al atardecer, volví a cruzar el mencionado zoco y vi mi imagen y las de mis amigos pintadas sobre papel y fijas a los muros. Cada uno de nosotros se puso a escudriñar el retrato del que tenía al lado y comprobamos que no había fallo alguno en el parecido. Se me dijo que el soberano lo había dispuesto así: vinieron al palacio mientras estábamos allí y estuvieron mirándonos y dibujando nuestros rostros sin que nos apercibiéramos. Ésta es la costumbre: pintar a todos los que pasan por allá. El asunto incluso va más lejos: si un extranjero comete una acción que le fuerza a emprender la fuga, envían su retrato a las provincias y gracias a él lo buscan. y donde quiera se tope alguien parecido a la imagen, se le prende». Al afirmar que los chinos tienen predisposición para las artes, lo que el viajero está mostrando es un concepto de arte que es admirable en tanto que es útil; los retratos que los chinos realizan fidedignamente son utilizados para tener controlados a los extranjeros que visitan el país. Las artes, en el pensamiento islámico, nunca aparecen como algo aislado, como algo con grado propio, sino en el ámbito amplísimo de las ulum o ciencias que abarcan un gran número de saberes o habilidades útiles propias del ser humano. Entre estas ciencias, las artes –cuando son citadas, que no siempre lo son, en los esquemas que tratan de la clasificación de los saberes, suelen ocupar los lugares inferiores en orden a su valoración. El pensador cordobés Ibn 'Abd alBarr al-Namari, discípulo de Ibn Hazm, que vivió más allá de la primera mitad del siglo XI escribe […] : «En todas las religiones hay tres ciencias: superior, inferior e intermedia. La superior es la ciencia de la religión sobre la que nadie puede opinar al margen de la Revelación de Dios contenida en sus libros y en la palabra escrita de sus profetas, ¡Dios ruegue por ellos! La ciencia intermedia trata de los saberes mundanos y consiste en conocer las cosas por semejanza demostrando su especie y su género, como sucede con la medicina y la geometría. Las ciencias inferiores son el dominio de las artes […] y de los diferentes tipos de trabajos como la navegación, la equitación, la irrigación, la pintura, la caligrafía y otras actividades semejantes […]. ( Joan Sureda, de «El espíritu del arte del Al-Andalus»).