( Sureda, J.; Cervera, I.; Bazin,N.; Galí, N.; González,C.; GuoQiang,S.; Kneib,A.;Leospo,E.; Ling,R.; Mentré, M.; Okada, A.; Vialou,D.; Whitfield,R.Yamashita,Y.; Yasumura,T.)
«La pintura. Un arte», págs. 11-21; «Animales, signos y hombres», págs. 39-45; «Los dioses del silencio», págs. 63-69; «De la geometria a la mimêsis», págs. 105-113; «De la imitación de la realidad a la expresión del espíritu», págs. 129-137; «Los mosaicos de Bizancio», págs. 139-153; «El esplendor de la luz», págs. 155-159; «El triunfo de lo trascendente», págs. 179-183. ............................................................................................................................................................. En 1934, Pablo Picasso le decía a su amigo Christian Zervos, historiador del arte, filósofo, reivindicador del arte prehelénico, fundador de una de las primeras revistas de arte contemporáneo (Cahiers d'Art) y catalogador de la obra del pintor malagueño: "Todo el mundo quiere entender en pintura. ¿Por qué no tratamos de entender también el canto de los pájaros? ¿Por qué amamos una noche, una flor, y todo lo que rodea al hombre, sin tratar de entenderlo? En tanto que, con respecto a la pintura, queremos entender. Que comprendan, sobre todo, que el artista trabaja por necesidad; que él también es un elemento ínfimo del mundo, al cual no habría que prestar más importancia que a tantas otras cosas de la naturaleza que nos encantan, pero que no sabemos explicarnos. Los que tratan de explicar un cuadro se intrincan, la mayor parte de las veces, por un camino falso. Gertrude Stein me anunciaba, hace algún tiempo, muy alegre, que por fin había comprendido lo que representaba mi cuadro Tres músicos. ¡Era una naturaleza muerta! ¿Cómo quiere que un espectador viva mi cuadro como lo he vivido yo? Un cuadro me viene de lejos ; quién sabe de cuán lejos ... Yo lo he adivinado, lo he visto, lo he hecho, y, sin embargo, al otro día no veo ya, ni yo mismo, lo que he hecho. ¿Cómo puede penetrarse en mis sueños, mis instintos, mis deseos, mis pensamientos, que tanto tiempo han de necesitar para elaborarse y salir a la luz; sobre todo, para recoger lo que yo he puesto en ellos, quizás en contra de mi voluntad?" Picasso, como siempre, tenía razón. ¿Por qué deseamos entender de pintura? ¿Por qué, incluso, nos atrevemos a juzgarla, a alzarla a los altares de la gloria o a dejarla caer en el infierno cruel del olvido? La historia a menudo nos recuerda que muchos de los juicios que el ser humano de cualquier época y de cualquier lugar ha emitido en un momento dado sobre tal o cual pintura -o tipo de pintura-, o tal o cual arte -o tipo de arte- han sido soterrados por aquellos que han venido luego, los cuales han redescubierto lo olvidado y han olvidado aquello que habían redescubierto o admirado los que les habían precedido en esa necesidad de entender y de juzgar la creación humana. Quizá nuestra época, que sabe de muchas "muertes del arte" y de muchas "muertes de la pintura", y que también las ha vivido, sea algo especial en este sentido. No creemos que el nuestro sea un momento singular ni privilegiado de la historia, ni tan siquiera que nuestra capacidad de valorar conceptos como el de belleza sea superior a la de hace cincuenta años, dos siglos o un milenio. Pero lo que parece cierto es que hemos asumido lo que el propio Picasso afirmaba en otro momento de la conversación que mantuvo con Christian Zervos: que la enseñanza académica de la belleza es falsa, que no existe un canon universal, que cada civilización, pero también cada individuo, ha tenido su propio canon, que en arte, en definitiva, todo lo que vale puede valer: "El arte -afirmaba Picasso en 1934- no es la aplicación de un canon de belleza, sino lo que el cerebro puede concebir, independientemente de un canon. Cuando se quiere a una mujer, no se toman herramientas para medir sus formas, se la ama con el deseo; sin embargo, se ha hecho ya todo lo posible para incluir el mismo canon en el amor. A decir verdad, el Partenón no es más que una granja sobre la cual se ha construido un techo: se han añadido columnatas y esculturas , porque en Atenas había gentes que trabajaban y deseaban expresar lo que sentían. No es lo que el artista hace lo que cuenta, sino lo que es. Cézanne no me hubiera interesado jamás si hubiera vivido y pensado como Jacques-Emíle Blanche, aunque la manzana que pintó hubiera sido diez veces más bella. Lo que nos interesa es la inquietud de Cézanne, la enseñanza de Cézanne, los tormentos de Van Gogh; es decir, el drama del hombre. El resto es falso. " El destino de la pintura, del arte , aunque a veces se haya creído así -y si así ha sido lo respetamos como respetamos cualquier otra de las opciones que planteen lo contrario-, no es integrarse en un sistema canónico de valores estéticos, ni en cualquier otro sistema; aunque evidentemente, todo arte se produce en un momento dado, no lo es tanto como reflejo de ese momento, con lo que ello supone de implicaciones sociales, económicas, políticas, culturales, religiosas, etc., sino como elemento generador del mismo. Y ese no ser espejo -y, por tanto, elemento pasivo- de una época, sino parte integrante y activa de esa época, es lo que en ocasiones ha hecho, por un lado, que el ser humano haya sido incapaz de separarse del arte coetáneo e incapaz no ya de entenderlo, sino tan siquiera de "verlo" -el caso de Van Gogh que citaba Picasso es paradigmático en este sentido- y, por otro, que haya proyectado su propia mirada, que es lo mismo que decir su mundo, sobre el arte del pasado, mirada que con la distancia a menudo se ha mostrado desdibujada, imprecisa y difusa. En nuestra época las distancias perturbadoras de la mirada, de la comprensión y del juicio tienden a desaparecer. Es la época que algunos han llamado posmoderna, en tanto que, precisamente, ha superado -o está en proceso de superar- los cánones paradójicamente rígidos de la modernidad, esa modernidad que algunos creyeron un ataque iracundo y apasionado contra el academicismo y la tradición, como si en el arte y, en este caso, en la pintura, se pudiese hablar de renovación e incluso de revolución sin hacerlo de tradición: ¿Acaso Velázquez no fue -y es- un absoluto renovador del arte de la pintura como lo han sido, entre otros muchos, Giotto, Masaccio, Caravaggio, Rembrandt, Manet, Cézanne, Picasso o Marcel Duchamp? ¿Acaso Rothko, en el siglo XX, profundizó menos en el alma humana de lo que lo hizo Pontormo en el siglo XVI? No, seguramente no. Pero para llegar a ese "no, seguramente no", el arte y la pinturacontemporáneas han tenido que dejar en el camino algunos de los instrumentos que les eran propios desde la Prehistoria, como el soporte rígido, el pincel, los pigmentos, los aglutinantes, etc., y, lo que seguramente es más importante, el concepto de arte figurativo que casi siempre, en casi todas las épocas y en casi todas las civilizaciones -en particular las que cabría encuadrar en el ámbito de lo occidental- les ha acompañado […] (Joan Sureda, de «La pintura un arte»).