Sureda,J.; Bätschmann,O.; Calí, M.; Coreia, A.; Da Costa Kaufmann, T.; Humfrey,P.; Lightbown, R.W.; Marijnissen,R.H.; Olitsky Rubinstein,R.; Pita Andrade, J.M.; Puppi,L.; Rossi, S.; Tellini Perina,C.; Vaisse,P.; Wallace, W.E.; Zerner,H.
«[Prólogo]», págs. 9-10; «La construcción de la Europa moderna», págs. 15-25; «Lucas Cranach el Viejo», págs. 81-105; «Antonio Allegri, llamado El Correggio», págs. 155-179; «Jacopo Carrucci, llamado El Pontormo», págs. 197-223; «Jacopo Robusti, llamado El Tintoretto», págs. 241-265; «Doménikos Theotokópoulos, llamado El Greco», págs. 283-318; «Las Bodas de Caná del Veronés», págs. 379-393; «El descubrir de la mirada», págs. 423-443. ................................................................................................................................................................... El muy anciano Miguel Ángel, aquel que según su discípulo Ascanio Condivi (1553) era de buena complexión, de cuerpo carnoso y craso, de talla común, ancho de hombros, de proporciones más bien menudas , de faz redonda (de tal suerte que a partir de lo alto de la oreja, la frente desarrollada ocupa la mitad del óvalo), con sienes salientes, arqueadas un poco más que las orejas, y estas más que las mejillas, que avanzan sobre el resto, de suerte que su cabeza, en proporción al rostro puede ser tenida entre las grandes; el muy anciano Miguel Ángel , de nariz quebrada por el "brutal y arrogante" Torrigiano di Torrigiani, de labios delgados -el de abajo un poco más grueso y algo hacia adelante a quien lo mira de perfil-, de cejas poco espesas, de ojos más bien pequeños de color cuerno -pero mudables y salpicados de respl andores amarillos y azules-, de cabellos negros como la barba, partida en dos, a los que con la edad se le han mezclado pelos blancos; el muy anciano Miguel Ángel, cuando se le agotaba la vida , escribió una sentida Canzon: «Al término de la carrera de mis años estoy, como saeta que al blanco ha llegado, por lo que debe apaciguarse el abrasador fuego. Te perdono, Amor, los antiguos daños, recordando los cuales el corazón tus armas embota, y ya para nueva experiencia no tiene sitio. Si mis ojos aún desearan jugar con tus dardos y el corazón, tímido y flojo, quisiera lo que antes anhelara: en cambio, ahora, tú lo sabes , te desdeña y huye, pues menore s fuerzas tiene, fatigado de sufrir. ¿Acaso aguardas que un a nueva beldad otra vez me traiga al peligroso enredo del que ni el hombre más cuerdo se defiende? Más cierto es el daño en la edad más vieja; por lo cual seré como hiel o en el fuego, que se destruye y de shace y no se enciende. En esta edad sólo la muerte ampara de l fiero brazo y los punzantes dardos, razón de tantos males, y por los que a menudo la felicidad, ya firme y sólida , su giro tuerce [… ]». A esta Canzon, nacida del fuego apresado en el hielo , Miguel Ángel le ruega que si encuentra al Amor que se arma para hacerle la guerra, le imponga la paz, puesto que vencer a quien ya cae es escasa gloria. Miguel Ángel, escultor, arquitecto, pintor... y poeta, cayó en Roma el 18 de febrero de 1564, el año en que murieron el emperador Fernando I y el reformador Juan Calvino; el año en que nacieron el cómico William Shakespeare y aquel Galileo Galilei que setenta años más tarde, ante el tribunal de la Inquisición, exclamaría golpeando con el pie en el suelo: "¡Y sin embargo se mueve!"; el año en que Bruegel pintó Los cazadores en la nieve, y en que Felipe II implantó los decretos del Concilio de Trento en los Países Bajos. El día en que Miguel Ángel emprendió el camino siempre imaginado en el que la muerte entrega la tierra a la tierra -que recibe la mortal belleza de todo lo que vive- y el alma al cielo, se extinguió una era que había crecido con él y que se había inaugurado el 6 de marzo de 1475, año en que Marsilio Ficino publicaba Teología platónica y el papa Sixto inauguraba la Biblioteca Vaticana. En los 89 años, menos escasos días, que vivió el primero y uno de los más grandes - sino el más grande- de los genios de la historia del arte, el mundo empezó a moverse, no sólo en cuanto a las observaciones de los astrónomos sino también al vivir de las gentes. Atrás quedaron la Edad Media y en parte el Renacimiento. Se alzaron los pilares sobre los que se asentóla modernidad, una modernidad que, como La Noche que Miguel Ángel esculpió para la Capilla Medici de San Lorenzo de Florencia, en ocasiones prefirió permanecer dormida antes que enfrentarse con las calamidades que se cernían sobre ella:"Grato me es el sueño, y más aún el ser de piedra, mientras la desdicha y el oprobio duren", respondió Miguel Ángel en nombre de La Noche al epigrama que Giovanni Strozzi dedicó a la estatua reclamando que alguien la despertara para que pudiese hablar. Mientras la desdicha y el oprobio duren, replicó La Noche, no me despiertes, ¡por piedad, habla bajo! ( Joan Sureda, del «Prólogo»).