Madrid: Espasa Calpe. 1996 . ( Junquera, J.J.; Morales y Marín, J.L., directores; Mateo Gómez, I.; García Gainza, C.; Sureda i Pons, J., autores)
«Arquitectura», págs. 369-503. ................................................................................................................................................................ Quizá el siglo más esplendoroso de Florencia no haya sido el XV; el paso del Duecento al Trecento fue seguramente la «edad de oro»de la capital de la Toscana. Pero de lo que no cabe duda es de que en la Florencia del Quattrocento la vida dio un vuelco importante. La ciudad de los Médicis, de los Rucellai , de los Pitti, de los Strozzi, recuperó y veneró la Antigüedad, una Antigüedad, no hay que olvidarlo, que siempre había estado presente en tierras italianas, y con ello no sólo otorgó una noble razón de existencia a la sociedad de la época, sino una nueva manera de gestar el futuro, de concebirlo en el ámbito de un humanismo en el que el cristianismo teacentrista medieval tuvo que abrazar el platonismo pagano. Cierto que fue una minoría de banqueros, poetas, filósofos, artistas, arquitectos ... los que alzaron el invisible puente entre el pasado y el futuro; pero no es menos cierto que en lo cotidiano éstos crearon un nuevo paisaje urbano que fue lentamente calando en el vivir y en el sentir de todos los florentinos. Cualquiera que se dirigiera de un lugar a otro, que asistiese a las fiestas de la ciudad, debía apreciar que su entorno inmediato, que aquella plaza, que aquel palacio, que aquella calle que atravesaba con frecuencia iban adquiriendo una fisonomía distinta, iban alejándose de lo conocido para sorprenderle con formas nuevas, atrevidas, majestuosas. Pocos, casi ninguno de los florentinos, de los que a principios del siglo XV transitaban habitualmente por la plaza de la Señoría o por delante de Santa Maria del Fiare, había leído a Petrarca, a Dante o a Boccaccio, pero casi todos ellos debían de preguntarse por la terminación de la catedral. Su construcción se perdía en la memoria[…]. ( Joan Sureda, de «Florencia y la arquitectura renacentista»).