Ayala Mallory, N.; Baticle,J.; Belda Navarro, C.; García Iglesias, J.M.; Kagané, L.; Lleó Canal, V.; Navarro de Zuvillaga, J.; Regalado, A.; Spinosa, N.; Sullivan, E.J.; Valdivieso, E.
- «[Prólogo]», págs. 9-10; «El refulgente y a la vez equívoco Siglo de Oro de la pintura española», págs. 15-21; «Los Ribalta», págs. 73-103; «Diego de Silva Velázquez», págs. 127-144; «A través de la pintura de Velázquez», págs. 145-149; «Tener a Dios presente. Visiones y éxtasis», págs. 285-303; «Toda la pintura de Diego Velázquez», págs. 345-362. ................................................................................................................................................................. Isabel de Valois, hija de Enrique II de Francia y de Catalina de Medici, tercera esposa de Felipe II y como tal reina de España, murió el 13 de octubre de 1568 en el Real Sitio sin dejar heredero varón a la Corona. El rey eligió como cuarta esposa a su sobrina, la archiduquesa de Austria Ana, hija de Maximiliano II y de la infanta doña María. Celebrada la boda por poderes en Santander, el 3 de octubre de 1570 Ana de Austria pisó como reina suelo español. El 12 de noviembre, en Segovia, Felipe y Ana ratificaron suntuosamente su matrimonio. Dos años después, Ana de Austria entró en la villa de Madrid. La ciudad se engalanó: se allanaron y arreglaron los "pasos dificultosos y de grandes atolladeros " que accedían a ella; ya dentro de su casco urbano, se alzaron cinco fuentes de piedra en el prado de San Jerónimo (el actual Paseo del Prado) y se construyó una arco de triunfo que el sacerdote, escritor y maestro de humanidades Juan López de Hoyos consideró en su descripción del Real Aparato y Sumptuoso Recibimiento en que Madrid (como casa y morada de S. M.) recibiá a la Sereníssíma reyna D. Ana de Austria (Madrid, imprenta de Juan Gracián , 1572) la "mayor machina y magestad que hasta oy a ningún principe se ha fabricado". El arco triunfal lo remataban la alegoría de España acompañada por las virtudes de Fortaleza y la Justicia, a la cual López de Hoyos no dudó en llamar Astrea. Hija de Astreo, rey de la Arcadia y de la Aurora, Astrea habitó en la tierra durante la edad de oro, en la que según Ovidio (Metamorfosís, 1, 90-110) se cultivaba "la lealtad y el bien, sin autoridad, por propia iniciativa, sin ley. No existía el castigo y el miedo, ni se leían amenazas en tablas de bronce ni suplicante la gente temía el rostro de su juez, sino que sin autoridad vivían seguros. El pino talado en sus propias montañas todavía no había bajado, para visitar el mundo extranjero, a las límpidas aguas del mar, y los hombres no conocían más que sus propios litorales. Todavía no rodeaban a las ciudades fosos profundos, no existía la trompeta recta, no los cuernos de bronce curvo, no los cascos, no la espada: sin la práctica militar la gente vivía sin problemas en medio de una paz agradable. Incluso la tierra misma, libremente, sin que el azadón la tocase ni el arado la hiriera, lo daba todo por sí misma, y, contentos con el alimento producido sin exigirlo nadie recogían los frutos del madroñ o, las fresas salvajes, el cornejo, las moras que cuelgan en los duros zarzales y las bellotas, las qu e caían del copudo árbol de Jove. La primavera era eterna y plácidos Céfiros de tibia brisa acariciaban las flores nacidas sin simiente y también la tierra producía sin arar frutos, y el campo sin barbecho se blanqueaba de espigas preñadas. Ya corrían ríos de leche , ya ríos de néctar, y amarilla miel goteaba de la verde encina." La edad de oro ovidiana se extinguió cuando Juno envió a la tierra al tenebroso Tártaro. Entonces llegó la prole de plata, peor que el oro, pero más valiosa que el amarillento bronce. Se acortó la duración de la antigua primavera, y a través de inviernos, veranos, desiguales otoños y breve primavera el año se dividió en cuatro estaciones. Los tórridos calores y los vientos helados hicieron que los hombres penetrasen en casas que eran antros, espesos matorrales y ramas ., entrelazadas con cortezas. Después de esta edad, vino la generación de bronce, más cruel de carácter y más dispuesta a las terribles armas, pero todavía no criminal. La edad criminal es la del hierro, en la que irrumpieron crímenes de todo tipo, en la que el varón trama la muerte de su esposa, ésta la del marido; en la que madrastras terribles preparan los pálidos acónitos; los hijos preguntan antes de tiempo por los años de su padre. En la edad del hierro la piedad quedó vencida y la Virgen Astrea abandonó las tierras empapadas de muerte. La vuelta de Astrea que testifica López de Hoyos simboliza la vuelta de la edad de oro, una época de esplendor, de gran felicidad traída por el reinado de Felipe II pero que continuará aún algunas décadas, quizá más de un siglo por lo que a la cultura se refiere, si uno se atiene a la descripción de la Corte que escribe Gil González Dávila en Teatro de las grandezas de la Villa de Madrid Corte de los Rey es Católicos de España, donde se comparan la villa de Madrid y sus alrededores con la tierra de Promisión, con un nuevo paraíso en la tierra: "Los mismos efectos haze en la variedad de naciones que concurren a esta Corte que se hallan con satisfacción en e la, y la tienen en lugar de patria, por ver juntos salud, gusto , alegría, buen temperamento , honra y prouecho , y sobre todo vn milagro , mucha gente y toda bien auenida. […] Con la presencia de Astrea, la edad de oro parecía, ciertamente, que había vuelto a España. ( Joan Sureda, del «Prólogo»)-