Madrid: Ediciones Encuentro.1998
La naturaleza se explica a través del arte. Según Ricardo de San Víctor, las cosas y las acciones del arte y de la naturaleza son de distinto orden, pero ambas tienen como fin primordial la exaltación de aquello que es essentia. -Alia est enim operatio naturae atque afia operatio industriae -escribe Ricardo de San Víctor en su Beniamin Maior-. En efecto, una cosa es la acción de la naturaleza, y otra la acción del arte. Podemos distinguir fácilmente la acción de la naturaleza en las plantas, los árboles, los animales […] de la obra artificial, considerada obra de arte, en las esculturas, pinturas, la escritura, la agricultura y las restantes obras artísticas, en todas las cuales encontramos innumerables razones para admirar y venerar la dignidad de la labor divina. Así pues, la obra natural y la obra artística, al operar en mutua colaboración, forman un conjunto y se enlazan entre sí en mutua contemplación […] Certum siquidem est quia ex naturali operatione opus industriae initium sumit, consistit et convalescit et operatio naturalis ex industria proficit, ut melior sit […] Por tanto, es cierto que la obra artística tiene su origen, se apoya y se desarrolla en la obra de la naturaleza, y la obra natural se sirve del arte para ser mejor». El arte románico es un arte inmerso en la grandeza de la obra de la naturaleza; pero aunque el arte, como dicta Ricardo de San Víctor, tenga su origen en la naturaleza, no la manifiesta. Los artistas pretenden representar aquello que es essentia, que es inmutable, y lo hacen a través de unas formas y de unos colores que huyen de lo cambiante, de lo temporal, de la naturaleza. Ese estar fuera del tiempo y del espacio hace que los teólogos, al intentar describir la naturaleza en su concepción más amplia, el universo, e incluso la Creación, lo hagan acudiendo al símil del arte. Para el filósofo y poeta Alano de Lila, que vivió entre 1128 y 1202, Dios creó el mundo como lo hubiese hecho un arquitecto o un orfebre: -Deus tanquam mundi elegans architectus... Dios, como distinguido arquitecto del mundo, como cincelador de la forja áurea, como artífice del maravilloso trabajo artístico, como obrero autor de la admirable obra, construyó el real palacio del mundo de admirable belleza», escribió Alano de Lila en su De planctu naturae (Quinta Alani questio, 297). Dios creó primero el caos dominado por la fealdad de lo informe; fueron los ornamentos del cielo, las estrellas, y los ornamentos de la tierra, las plantas y los animales, las aves en el aire y los peces en el mar, los que otorgaron belleza a ese caos, convirtiendo el mundo en el más hermoso de los seres creados. El mundo, con las estrellas cuya luz rasga la oscuridad de la noche, con los animales y plantas que son y otorgan vida a la tierra, fue considerado lo más hermoso de las obras creadas. No obstante, en la época románica, esa belleza temporal del mundo, que, según comenta Guibert de Nogent en el tratado De vita sua, a pesar de. ser cambiante no se puede negar que sea buena, no despertaba admiración por sí misma, sino por ser imagen de la belleza única y suprema. En la época románica la naturaleza está, pues, presente en el pensamiento filosófico trascendente y, como reflejo del mismo, lo está en la literatura y en las artes, pero siempre escondiendo su realidad y su belleza en beneficio del alegorismo religioso. Por lo común, ese alegorismo lo disfrutan de una manera más intensa los animales, pero también el paisaje y la flora participan de él, como lo hacen ya en las Sagradas Escrituras. En el Libro de los Jueces (9), uno de los episodios de la historia de Israel más antiguamente fijados por escrito, el de la elección de Abimélek como rey, es puesto en cuestión en boca de Jotam a través de un apólogo en el que los árboles toman vida, apólogo que fue recogido entre los siglos XII y XIII por el autor de una recopilación de fábulas esópicas, conocida bajo el nombre de Bestiarium o Brutarium. En un manuscrito conservado en la biblioteca Bodleiana de Oxford (Douce SS) el bestiario es atribuido a san Basilio, en otro de la misma biblioteca (Douce 169) se atribuye a Hugo de San Víctor, en uno de la biblioteca del British Museum (Arundei 292) se da por autor al maestro adonis de Ciringtonia y los manuscritos 441 y 448 del Colegio del Corpus Christi de Cambridge llaman a su autor y compilador Oda de Ceritona, es decir, Odón de Cheriton. A Odón de Cheriton la fábula le sirve para criticar las costumbres de su época, los vicios y comportamientos de ricos y nobles y también de las jerarquías eclesiásticas y monacales, como hace en el primero de sus cuentos en el que narra "Cómo los árboles eligieron un rey». Siguiendo el Libro de los Jueces, -pus íéronse los árboles a elegir un rey. Dijeron al olivo: reina sobre nosotros; contestóles el olivo: ¿Voy yo a renunciar a mi aceite, que es mi gloria ante Dios y ante los hombres, para ir a mecerme sobre los árboles? Se acercaron a la higuera y le dijeron: Toma el mando sobre nosotros; respondió la higuera: ¿Voy a renunciar yo a mis dulces y ricos frutos para ir a mecerme sobre los árboles? Se acercaron, pues, a la vid, para que ésta gobernara sobre ellos; y dijo la vid: ¿Voy a renunciar yo al vino […]. (Joan Sureda, de «La Europa del Románico»).