Barcelona: Juventud. 1975 (Alcolea Gil, S.-Primer capítulo-; Sureda, J.)
Línea, superficie, volumen, son abstracciones utilizadas por el crítico para designar distintas manifestaciones de la materia pictórica a través del color. No existe la línea pura sin soporte superficial, la superficie sin línea o el volumen sin superficie, como no existe ninguno de estos conceptos sin el color. Por ello no se puede hablar de un arte de la línea, de la superficie, del volumen o del color, sin tener en consideración las demás variables de la obra pictórica. La pintura románica participa de los cuatro conceptos, aunque fundamentalmente está concebida tomando la superficie como medio diferenciador y la línea como medio expresivo. Cualquier pintura mural, por sus características dimensionales, es ya de por sí entendida como una contraposición de superficies individualizadas a través del color, ya que en un principio, al tener que ser contemplada a cierta distancia, no admite la filigrana del grafismo. Sin embargo, esta norma no suele resultar siempre cierta en la pintura mural románica, puesto que el acabado caligráfico supera en ocasiones (Sant Climent de Taüll, Sant Pere de la Seu d'Urgell) lo necesario en este tipo de obras. No es arriesgado aventurar que este aparente desfase entre técnica y soporte se debe tanto a la utilización de medios propios de la miniatura como a la voluntad de crear una obra bien hecha, apurada hasta el máximo. En los murales románicos catalanes, la superficie que actúa como fondo se concibe, siguiendo un procedimiento común en los beatos, según anchas franjas monocromas superpuestas horizontalmente sin solución de continuidad, es decir, formando una única zona de fondo continua, en la que los colores actúan primordialmente como complemento de los dos colores (uno para el manto y otro para la túnica), que generalmente ostentan los personajes. Los colores de estas bandas monocromas, cuyo número oscila entre tres y ocho, no parecen obedecer, en prin-' cipio, a ningún código simbólico, si bien se evidencian en su utilización algunas particularidades dignas de reseñar. En las bandas inferiores, tanto en la cuenca del ábside como en el semicilindro o en las naves laterales, suelen emplearse sólo dos colores: el azul y el amarillo ocre. El azul (Sant Climent y Santa Maria de Taüll, Santa Maria d'Aneu, Ginestarre de Cardós, Esterri de Cardós) podría hacer referencia al cielo; el ocre (Santa Maria de TaüIl -decoración naves-, Sant Joan de Boí -lapidación de San Esteban-, Sorpe -Anunciación-, Sant Pere de la Seu d'Urgell) cabe relacionarlo con la tierra; sin embargo, el uso indistinto para la plasmación de estos conceptos hace que la asociación sea relativa. La otra particularidad que aparece con una voluntad decidida es la presencia del negro, o en su defecto, del gris plomo, de un azul o de un verde oscuro, en la última franja del cascarón del ábside, es decir, aquella que contiene o se corresponde con la cabeza del Pantocrátor o de la Maiestas Mariae. La significación en este caso parece más clara; el negro, además de ser el color de lo infernal y de las fuerzas malignas, ha sido considerado como el no color, o sea, el color de la nada, del vacío, de la eternidad. Cristo entonces se presenta como la luz del mundo que surge de la eterna noche (Joan Sureda, de «Las formas y los conceptos» )