Madrid: Ediciones Encuentro.1987. ( Sureda, J.; Barral, X.; Liaño, E.).º
Ni las tierras ni el concepto de la Cataluña gótica eran los mismos que los actuales. En los siglos del gótico, lo catalán estuvo ligado a lo aragonés y, en algunos períodos, Valencia, las Islas Baleares y algunas regiones de la Francia meridional (el Rosellón, Conflent, Vallespir, Capcir, Languedoc y la Cerdaña) fueron tierras catalanas. El Mediterráneo sentía la presencia de su marina mercante y las expediciones militares asentaban plazas fuertes en el Norte de Africa y en el Próximo Oriente. La Corona de Aragón fue una potencia política, económica y cultural cuyo desarrollo coincidió con el arte gótico. Las causas de esta confederación catalanoaragonesa hay que buscarlas en los complejos problemas hereditarios del reino de Aragón a la muerte de Alfonso el Batallador (1104-1134), el cual había dejado sus posesiones a las órdenes militares. Enfrentadas con la nobleza y faltas de entendimiento, las órdenes no pudieron con tan rica herencia y no vieron con malos ojos que Ramiro, el pretendiente de la nobleza, abandonase su sede episcopal de Roda-Barbastro y casase luego a su hija Petronila, de apenas dos años, con el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV (1131-1162). De esta manera, un conde catalán se intituló «príncipe y dominador de Aragón». La unión política que ello representaba fue consolidada en lo religioso por la sumisión de las diócesis aragonesas, navarras y catalanas a la renovada provincia eclesiástica de Tarragona (1154). Tras una primera época de asentamiento, sucedió un período, desde el último tercio del siglo XII hasta finales del siglo XIII, que en lo político y en lo económico quedó marcado por el principio de expansión. Los reinados de Alfonso I (1162-1196), Pedro I (1196-1213), Jaime I (1213-1276), Pedro II (1276-1285) y Alfonso II (1285-1291) tuvieron en común la voluntad de afianzar el camino marítimo hacia Oriente, lo que en ocasiones obligó, bajo pretextos de Santa Cruzada, al dominio de puntos estratégicos del litoral mediterráneo […. ( Joan Sureda, de «Las razones de la historia»)