Barcelona: Planeta.1987. ( Milicua, J., director; Sureda,J.; Barral, X., autores)
Se ha dicho que la civilización bizantina comenzó cuando Bizancio desapareció oficialmente. Aunque parezca paradójica, la afirmación es exacta. La inestabilidad social y política de Occidente a causa de las incursiones de los llamados pueblos bárbaros planteó a Constantino la necesidad de crear una segunda capital imperial que asegurase la defensa de las regiones orientales (pars Orientalis), una capital intermedia entre el frente germánico y el persa, entre Europa y Asia. En 324, por voluntad del emperador, la antigua colonia griega de Bizancio se convirtió en la «nueva Roma». Tras la muerte de Teodosio (395), pasó a ser la capital del imperio oriental y, en 476, con Zenón, la única heredera de la dignidad imperial romana. A lo largo de la Edad Media, su privilegiada posición geográfica junto al estrecho del Bósforo le permitió dominar las principales rutas comerciales. La civilización bizantina fue el crisol de lo occidental y de lo oriental. El Estado, aun habiendo heredado el concepto de monarquía absoluta de la época tardorromana, estuvo alentado por una clase dominante griega que se convirtió en su fuerza cultural. El emperador o basileus, aunque continuó siendo el jefe absoluto del ejército, el juez supremo y el único legislador, tuvo que conjugar su poder con la concepción cristiana del mundo. Como señala G. Ostrogorsky, el emperador bizantino «es el elegido de Dios, y como tal no sólo el dueño y señor, sino también el símbolo viviente del Imperio cristiano que Dios le ha confiado». La evolución del Imperio bizantino, con Constantinopla como centro político, económico, militar, religioso y cultural, no fue lineal. Desde su creación hasta la toma de la capital por los turcos (1453), los períodos de gran esplendor, las edades de oro, se alternaron con otras de crisis y aun de plena decadencia. La economía, la política exterior y la Iglesia fueron los principales pilares del Imperio y, a la vez, las fuerzas condicionantes de tales vaivenes: una economía proteccionista simbolizada por la moneda de oro, de gran aceptación en los mercados europeos y asiáticos; una política exterior con voluntad de expansión que, en la época de ]ustiniano, permitió que el área de dominio bizantina se extendiera desde España hasta el desierto sirio, desde el Danubio y el mar Negro hasta las costas norteafrícanas: y una Iglesia que, con la fe ortodoxa, unificó la diversidad de los pueblos del Imperio […].(joan Sureda, de «Arte Bizantino»)-