Barcelona: Planeta, 1985, ( Milicua, J., director; Sureda, J., autor)
Si los hombres de la Edad Media nada sabían acerca del concepto de Edad Media, los humanistas del Renacimiento, e incluso los pensadores ilustrados del siglo XVIII, apenas alcanzaron distinguir etapas o épocas en tan dilatado período de la civilización cristiana. Para todos ellos, antes del siglo XV, y antes incluso del XVI, en las regiones occidentales de Europa reinaba una increíble oscuridad y el saber estaba totalmente sumido en la barbarie: «Cuando uno deja la historia del Imperio romanon para.adentrarse en la de los pueblos que le sucedieron en Occidente -escribió Voltaire en su Essai sur les moeurs et 1'esprit des nations (1756)-, se asemeja a un viajero que, saliendo de una ciudad espléndida, se adentrase en un paraje desértico e inhóspito. Veinte jergas bárbaras suceden a la hermosa lengua latina que se hablaba desde los confines de Iliria al monte Atlas. En lugar de las sabias leyes que gobernaban la mitad de nuestro hemisferio, no se encuentran más que costumbres salvajes.» El pensador francés dio una visión tenebrosa aunque certera, en algunos casos, de los fenómenos apuntados, de la Edad Media, si no fuese por la valoración peyorativa que otorga a los mismos. Ciertamente, la Baja Edad Media (mediados del siglo xr-fínes del siglo xv) fue una edad feudal . (para algunos historiadores, una segunda edad feudal), asentada sobre un conjunto de instituciones y usos que regulaban las obligaciones recíprocas entre señores y vasallos, e incluso entre abades y monjes. No es menos cierto que de la erosión de las estructuras y del poder feudal, ya muy patente a fines del siglo XIII, surgió un proceso histórico que condujo a la formación de las naciones europeas modernas, proceso que corrió paralelo al afianzamiento de las diversas lenguas románicas. Erró, sin embargo, Voltaire al considerar que el pensamiento del hombre medieval estaba sumido únicamente en un mundo de supersticiones. No se puede negar que la magia, la brujería y la superstición condicionaron algunos aspectos del modo de vida medieval, especialmente en las zonas rurales del norte europeo -de conversión más reciente al cristianismo-, pero éste supo convertir las antiguas tradiciones en nuevos ritos de fe. Beda el Venerable (673-735), en su Historia ecclesiastica gentis Anglorum, comenta que Gregario Magno aconsejaba a los evangelizadores de Inglaterra destruir los ídolos, pero no los lugares sagrados; es más, innumerables fiestas paganas fueron mantenidas cambiando su primigenia intención por celebraciones o advocaciones dedicadas a santos cristianos […]. (joan Sureda, de «Vida y pensamiento»).