Madrid: Alianza Forma. 1981
[…] el propio arte románico, especialmente la arquitectura, surge en ocasiones tanto de la tradición, como de la destrucción de obras. Tengamos en cuenta, además, que en nuestro siglo, en aras del mito de lo antiguo, manejando unos criterios estéticos en extremo discutibles, se han antepuesto en el sistema de valoración las realizaciones románicas o góticas a las renacentistas o barrocas, con los consiguientes prejuicios para estas últimas. En relación con la propia implantación del arte románico pueden tomarse como paradigmas las iglesias de Campdèvanol y de Pedret. La primera de ellas fue reconstruida en el siglo XII, escondiendo entre los nuevos muros unos frescos del siglo IX o principios del X, mientras que la de Sant Quirze de Pedret, sufrió desde la segunda mitad del siglo X hasta el siglo XIII tres importantes transformaciones constructivas, en la segunda de las cuales, la primitiva decoración fue cubierta con otros murales más acordes con los presupuestos de la época. Sin embargo, aquellas pinturas que transcribían cuerpos «desgarbados», que estaban iluminadas por colores «aberrantes», que no resistían análisis anatómico alguno, que denotaban un universo ensombrecido por el terror, pronto iniciaron su martirologio. y fue el espíritu de austeridad cisterciense, en boca de san Bernardo, el primero que se alzó contra tales representaciones: «Pero no sé de qué pueda servir una cantidad de monstruos ridículos, una cierta cantidad de belleza disforme y una deformidad agradable, que se presenta sobre todas las paredes de los claustros... ¿A qué provecho estas rústicas monas, estos leones furiosos, estos monstruosos centauros, estos semihombres, estos tigres moteados, estas gentes armadas que se combaten, esos cazadores que tocan la trompeta?» . El cambio de religiosidad, el progresivo abandono del símbolo como el único medio de difundir los valores culturales de la época, la introducción de lo significativo a nivel simpático, en definitiva, la temporalización y humanización de lo divino hicieron que las imágenes del románico, paradigmáticas de lo absoluto, debieran ser sustituidas por un nuevo sistema iconográfico y estético. En aquellos lugares donde la economía lo permitió, los templos románicos fueron demolidos y en su mismo emplazamiento se levantaron las esbeltas construcciones góticas; tal es el caso de las catedrales de Barcelona, Solsona, Gerona y Manresa, sólo por citar algunos ejemplos; en otros lugares, las primitivas pinturas fueron encaladas y sustituidas por una decoración más acorde con el nuevo sentir religioso: las iglesias de l' Arboç y Santa Maria de Terrassa así lo atestiguan. Románico y gótico unidos debieron de sufrir en los siguientes siglos las nuevas concepciones del mundo y su proyección estética, si bien no fue hasta los siglos XVII y XVIII, cuando las iglesias, aun las más alejadas de los focos culturales, fueron objeto de una total renovación que eliminó cualquier indicio de pintura románica: los murales fueron encalados, y los frontales, baldaquinos, etc […]. ( Joan Sureda, de «Hacia da destrucción del románico»)