Barcelona: Planeta, 1985. ( Milicua, J., director; Sureda, J., autor).
La Humanidad nunca ha renunciado a su pasado. Pero, en cada grupo humano, en cada civilización, ese pasado, tanto el de sus orígenes remotos como el más próximo, ha sido recordado, recreado o interpretado según una distinta concepción de la realidad. No sabemos, por ello, hasta qué punto nuestra interpretación de la Prehistoria es menos errónea que la de otras épocas. Hay que distinguir, sin embargo, entre las líneas fundamentales de la evolución de la Humanidad, que difícilmente han de variar ya [en lo básico], a tenor de los documentos materiales de que disponemos en la actualidad, y las hipótesis de interpretación de estos documentos, sin duda provisionales y discutibles. El camino que ha llevado al hombre a definir tales líneas fundamentales, a establecer las coordenadas mínimamente contrastables de su génesis y de su mundo, apenas ha recorrido el espacio temporal de ciento cincuenta años. Con anterioridad a ello, todo se reducía a mitos y creencias. En la mayoría de los mitos de origen, el hombre, al ser creado, disfruta, en perfecta simpatía con los dioses y la naturaleza, de un período de abundancia en el que reinan la paz y la felicidad. A esa edad de oro le sigue la de plata, en la que el hombre pierde parte de sus privilegios, pero en la que la alimentación no le supone aún preocupación alguna. Poco a poco, la envidia y los deseos prohibidos convierten al hombre en un ser cruel y violento obligado a matar para procurar su alimentación. En otros relatos, la aventura del hombre no es la de una continua represión o caída, sino la de una lucha constante para emerger de la barbarie que rodea su génesis. Lucrecio, en su De rerum natura, expone que, tras una época de barbarie en la que el hombre sólo conocía los útiles de piedra y de madera, se accedió, gracias al descubrimiento de las técnicas de la metalurgia, a edades (bronce, hierro) de un gran avance material y en las formas de la vida social. Desde las primeras civilizaciones mediterráneas, los posibles restos materiales de estas edades hallados casualmente, e incluso buscados, se relacionaron exclusivamente con fenómenos naturales o con poderes sobrehumanos, tal como ocurrió con las hachas de piedra pulimenta- da, a las que se dio el nombre de cerauni o «piedras de rayo», y con las puntas de flecha de sílex, utilizadas como amuletos […].(Joan Sureda, de «En los orígenes del arte prehistórico»’