...

«La imagen del cuerpo en la pintura española contemporánea»

Confluencias. I, 3, Otoño 1987.págs.35-37.

La historia del arte se podría seguir sólo a través de las imágenes que el cuerpo humano le ha inspirado y de los modelos que le ha proporcionado. El arte -y con él la pintura- no ha hecho sino crear un «otro mundo», un microcosmos en el que el ser humano, al igual que en «este mundo», en el mundo de la realidad, ha sido y es el protagonista. El cuerpo se ha considerado, sin embargo, más símbolo que signo; el cuerpo humano ha sido efectivamente imagen del hombre y de la mujer, pero también de los dioses del Parnaso, de las criaturas infernales, de los seres celestes; ha sido símbolo de las potencias humanas, de las virtudes, de los pecados, e incluso, en su más alto grado de aparente contradicción, en el cuerpo humano se ha encarnado el alma humana; el espíritu, al menos en el arte, no ha tenido otro remedio para hacerse patente que convertirse en materia. Esta plurifuncionalidad del cuerpo humano, que ha llegado a ser desde símbolo fluvial a alegoría de la verdad o de la justicia, ha hecho que no siempre se entienda como un organismo, como algo que nace, desarrolla funciones, crece y muere, como algo particular, como algo irrepetible en su unicidad y singularidad; antes bien, el cuerpo humano ha adquirido en el arte, excepto en algunos estilos o etapas estilísticas como la renacentista o la barroca, un carácter de abstracción; frente a lo individual se ha impuesto lo universal, ante lo accidental el artista ha preferido lo general, como frente a la inmanencia se ha inclinado hacia la trascendencia. Se dirá, y no sin razón, que nada más concreto que el retrato, pero aún en este caso, un buen retrato poco o nada tiene que ver con la apariencia del retratado. Una hojeada trivial a la historia de la pintura y de la escultura contemporáneas nos muestra, sin embargo, que el arte del siglo XX, al menos en apariencia, ha abandonado el cuerpo humano como modelo, que el arte se ha desembarazado del sin duda su más importante motivo iconográfico y temático. El arte de nuestro siglo ha abandonado el relato, la narración, la historia y ha vuelto sus intereses hacia la propia plástica; su respuesta ante la realidad ha sido más tautológica que creativa: arte es sólo aquello que es arte; el arte es sólo arte, el arte es la definición del arte. La expresividad del cuerpo humano, su capacidad simbólica se han erosionado irremediablemente, se han agotado en las mímesis de los renacimientos; ahora parece, como diría Kandinsky, que el punto, la línea y el plano sean los únicos elementos plásticamente expresivos. Y ciertamente, esta apreciación no deja de ser verdadera. Pero un ojo atento puede descubrir que en el arte del siglo XX, y de ello podemos tener buen ejemplo en la pintura española, sea o no la llamada de vanguardia, el cuerpo humano continúa teniendo un papel fundamental aunque eso sí quizá apresado en las leyes de la plástica. El cuerpo humano ha dejado de ser el canon del arte, como el hombre lo ha dejado también de ser del universo, pero su presencia se hace de uno u otro modo insustituible, y es quizás de la misma de donde han surgido los momentos más inspirados del arte de nuestro siglo. Para constatarlo sólo es preciso tomar unos pocos ejemplos y acudir a otros pocos artirstas. El primero que por razones no sólo históricas sino artísticas debemos citar es Picasso. No ha sido seguramente el artista más creador de nuestro siglo, ni tan siquiera el que ha llegado de una manera más profunda a las entrañas del arte para intentar su renovación pero seguramente se le puede considerar el pintor más genial. Y Picasso ha sido además, de los pocos artistas que en toda su trayectoria no ha abandonado el cuerpo humano, si bien casi nunca lo quiso pintar sino sólo decir: «Quiero decir el desnudo. No quiero hacer un desnudo como un desnudo. Quiero no solamente decir, sino decir pie, decir mano, decir vientre. Hallar el medio de decirlo y con esto basta. No quiero pintar el desnudo de la cabeza a los pies. Sino llegar a decir. Eso es lo que quiero. Una sola palabra basta cuando se habla de estas cosas. Aquí con una sola mirada el desnudo dice lo que es sin frases». En los desnudos de Picasso, sin duda, la frase apenas existe; sus cuerpos son imágenes […] que huyen de cualquier descripción, de cualquier narración, aunque ello no les hacer estar ajenos a la historia. Ninguna obra como la llamada Las Señoritas de Avignon, en realidad las señoritas de la vida ligera de la barcelonesa calle de Avinyó, muestra el afán de Picasso de convertir el desnudo en una palabra, eliminando la redundancia de la frase. Las cinco mujeres que exhiben su cuerpo de burdel al atónito espectador son seres apresados en su propia existencia, en relación indisoluble con el entorno, pues en realidad apenas hay diferencia entre la cortina y el torso, entre la pierna y la naturaleza muerta. Para Picasso, el cuerpo se ha convertido en un decir, pero en un decir experimental, en una investigación sobre la descomposición geométrica de las formas, unas formas que pierden individualización expresiva y se convierten en elementos básicos. Poco importa si fue la influencia del arte negro, sin duda patente en los rostros de las mujeres de la derecha, o el ibérico que se trasluce en las dos mujeres del centro las que inspiraron a Picasso: lo que interesa es que Picasso utiliza el cuerpo humano para investigar el problema plástico del incipiente cubismo. Si desde el Renacimiento los libros de anatomía utilizaron el arte y, en particular, el dibujo como medio, para Picasso, invirtiendo los términos, el medio es el desnudo femenino con todas sus posibilidades formales. Pero aún y con toda la carga plástica de la obra, que se convierte en el espejo roto de la pintura contemporánea, el cuerpo no pierde su reconocibilidad no ya anatómica sino humana […]. (Joan Sureda, de «La imagen del cuerpo en la pintura española contemporánea»).

Regresar