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«Mirar el arte»

Serullaz, M; Pouillon, CH., Museo del Louvre. El arte universal a través de los grandes museos del mundo. Barcelona: Océano, 1991, s.p.

Quiérase o no, el arte, en sus más diversas manífestacíones, forma parte importante de nuestras vidas; nuestra casa, nuestro lugar de trabaJo, la calle por la que transitamos, las tiendas que visitamos, las revistas o los libros que compramos, el coche que conducimos, en todo ello siempre hay algo relacionado con el arte, cosas diseñadas según su función, cosas bien hechas, cosas que, en definitiva, nos gustan. El gusto artístico no es aJgo objetivo ni universal; en general nos gusta aquello que conocemos, y especialmente aquello que nos permite revivir experiencias ya tenidas, y repudiamos aquello que no nos es familiar. Sin embargo, este cotidiano gusto por las cosas poco o nada tiene que ver con la contemplación y el disfrute del gran arte, del arte en mayúsculas, es decir, de las bellas artes como la pintura y la escultura. Ante una obra de Leonardo da Vinci, de Miguel Ángel, de Rubens o de Goya difícilmente nadie se atreve a sentenciar únicamente que le gusta o no le gusta; todo el mundo se siente obligado a admitir su bondad artística, a exaltar sus cualidades plásticas, a elogiar su realismo, su expresividad o simplemente la armonía de sus colores. Pero lo cierto es que, al igual que ocurre con cualquier otra actividad humana, la Contemplación y el disfrute del arte no suele ser un don natural, sino aJgo que es fruto de un aprendízaje, de un lento yeso sí, agradecido aprendizaJe. Pocas personas se sonrojan al admitir que no entienden de química orgánica o de informática, ni tan siquiera al afirmar que, para ellas, Baach o Stravinsky les son extraños. Pero nadie admite ser indiferente ante las bellas artes. Si incluso grandes literatos y creadores como Victor Rugo y André Breton, entre otros muchos, reconocían sin rubor que para ellos la música era unruido insoportable, cualquier hijo de vecino pretende saber de arte. Y el saber de arte, valga la redundancia, es todo un arte. La pintura o la escultura, como cualquier otra manifestación plástica, poseen un lenguaje propio, un sistema que les permite expresar contenidos, crear estados de ánimo, dar testimonio de la historia, un sistema que encadamomento y época convierte estas artes en reflejo de una determinada concepción del mundo y de la realidad, un sistema que en definitiva relaciona el pensamiento y la imaginación del creador con el pensamiento y la imaginación del espectador. Tranquilícese, sín embargo, el lector; el saber de arte y el poder descifrar el lenguaje artístico es aJgo que no se aprende en el banco de una escuela o haciendo codos en una biblioteca; es algo que, al menos en lo fundamental, se aprende mirando y viendo obras de arte. El arte empieza a ser comprendido y amado a medida que nuestra mirada se va acostumbrando a los elementos (formas, volúmenes, colores, texturas, etc.) que constituyen y definen el lenguaJe del arte y a medida que nuestra mente las va admitiendo como algo capaz de producir placer y satisfacción. Las obras de arte no se gastan al mirarlas con fruición e intensidad; antes al contrario, las pinturas, las esculturas empiezan a ser obras de arte cuando alguien las mira e intenta establecer un díálogo con ellas […]. (Joan Sureda, de «Mirar el arte»).

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