Barcelona- Zaragoza: Planeta-Exclusivas de Ediciones, 1985. ( Morales, J.L., director; Sureda, J.; Moya,L.; González Serrano, P.; Caamaño, J.M. autores).
En la península Ibérica, a partir del siglo V la urbe romana languideció lentamente. Algunas ciudades, como Itálica y Empúries, quedaron casi por completo destruidas y abandonadas; otras, como Barcelona, Córdoba, Zaragoza, Lugo y Toledo, continuaron siendo importantes núcleos de población bajo el poder de los visigodos. En la mayoría, los ciudadanos indefensos, sin apenas actividad mercantil, imposibilitados de atender los indispensables servicios comunes, emigraron al campo o a la montaña. La retirada y el desorden urbanos se acentuaron notablemente tras la invasión árabe. El territorio hispánico quedó dividido en dos zonas en las que la población se distribuyó de manera muy distinta: en la zona central y meridional, las ciudades se convirtieron de nuevo en importantes núcleos de población y de poder; en la zona septentrional y en la franja cantábrica las gentes se agruparon en pequeños núcleos rurales. Entre ambas se extendía el valle del Duero, tierra de nadie que esperaba recibir al conquistador. Por su parte, en territorio catalán la transgresión de los acuerdos y de la primitiva tolerancia religiosa engendró tal sensación de inestabilidad que se produjo una oleada emigratoria en beneficio de las tierras pirenaicas y de la Septimania. La recuperación de la vida urbana se produjo lentamente en todos los reinos hispánicos medievales. En estrecha relación con los hechos de la reconquista y la repoblación, a lo largo del siglo IX y hasta finales de la siguiente centuria se advierte un cierto proceso de reactivación de la vida urbana en aglomeraciones de habitación levantadas sobre las ruinas romanas conquistadas a los árabes y en fundaciones de nueva planta como Oviedo, Burgos y Santiago de Compostela. Más que ciudades entendidas como núcleos de producción y de intercambios económicos, tales aglomeraciones eran villas amuralladas con función de centro político, como León o Barcelona, de fortaleza fronteriza, como Zaragoza, de sede episcopal, como Lugo o Astorga, o de meta de peregrinos, como Santiago de Compostela. Este primer resurgir de lo urbano se vió seriamente afectado por las campañas de Almanzor. SI el gran estadista consiguió con mano férrea la estabilidad de al-Andalus , proporcionó al mismo tiempo años aciagos para los reinos cristianos. Su absoluta voluntad de consolidar el califato le llevo a arrasar tierras y lugares de la España septentrional; bajo sus ejércitos no sólo sucumbió la capital leonesa, sino Barcelona y Pamplona y aun la ciudad de las peregrinaciones, Santiago deCompostela. Más de medio siglo tardaron los reinos cristianos en hacer efectiva una clara recuperación; las exigencias defensivas, la extensión de las franquicias, la apertura europea de España, tanto en lo económico como en lo religioso y en lo cultural, el incremento de las peregrinaciones, propiciaron, sin embargo, que en la segunda mitad del siglo XI […]. ( Joan Sureda, de «La vida urbana»).