Barcelona: Planeta, 1995. (Barral, X.; Sureda, J.)
«[Prólogo]», págs. 7-8; «El espíritu del arte románico (1)», págs. 99-134; «Las imágenes del espíritu románico», págs. 135-392; «El espíritu del arte románico (2)», págs. 393-424; «Obras, artistas e historia del románico», págs. 425-428; «Los hechos de la época románica», págs. 449-480; «Los lugares de la época románica», págs. 481-489; «Los espacios de las épocas románica y gótica», págs. 490-492. ............................................................................................................................................... El manuscrito que lleva el número 60 de la biblioteca del monasterio benedictino de San Millán de la Cogolla, también llamado de Suso, en La Rioja, hoy en la Academia de Historia de Madrid, intentaba explicar a quienes lo leyesen, entre otras cuestiones, las señales que antecederán al Juicio Final. Seguramente quien lo escribió, como otros que siglos después -sea el caso de Gonzalo de Berceo- demandaron la atención de las gentes durante un «ratíello» para saber de los fieros temporales, de los mares que subirán a las nubes, de los peces que gritarán dando grandes voces, de la sangre que manará de las hierbas y de los árboles. de los castillos y casas que se derrumbarán, y de otras muy grandes señales que antecederán la venida del Señor, buscó la autoridad histórica en san Jerónimo. El manuscrito escrito en latín, debía de ser lectura obligada para los monjes de San Millán, atemorizados por el fin del milenio: pero quizá no todos lo entendían con claridad, puesto que su lengua, la de los monjes, ya no era la de Ovidio, y su cultura, escasa, encontraba en latín un cierto obstáculo que impedía columbrar con claridad lo que ocurrfa antes del temido Jubdicio cabdal… Algún alma caritativa, versada en latín y en la lengua vulgar que empezaba a emerger, glosó en primitivo romance, seguramente en el siglo x, el texto latino: «Rex Aristolelis Alexandro episcopo […] La voluntad divulgadora del monje de San Millán no fue única en la época; en el monasterio de Santo Domingo de Silos otro monje. que en ocasiones se ha creído que fuese la misma persona que glosó el manuscrito riojano , hizo lo propio con el texto de un Penitencial latino. Las Glosas emilianenses, las riojanas, y las Glosas silenses, las burgalesas. son los primeros indicios de que se estaba gestando en tierras hispánicas, y en el resto del Occidente, donde se pueden hallar ejemplos paralelos- una nueva cultura que abandonando los rescoldos decadentes del mundo clásico , se adentraba en un sendero dominado por el feudalismo. por el pensamiento -fuese el romano, fuese el que lindaba con lo herético-de la Iglesia, y por las ideas caballerescas. En tierras hispánicas esta cultura se enríquecíó con la presencia de lo árabe. El mundo árabe no sólo conquistó y fue reconquistado, su esplendor se infiltró hasta lo más esencial de la cultura cristiana y en su medio de expresión más común, la lengua, como también ocurrió a la inversa. La heterogeneidad lingüística y social de Al·Andalus creó formas literarias propías, como los breves poemas (jarchas) que aparecen situados al final de las composiciones hebreas y árabes llamadas moaxajas. No se puede hablar de lengua castellana en las jarchas, en cualquier caso de lo que luego será la lengua gallega, pero sí de formas romances muy primitivas, parejas a las de las glosas, formas que, entre otros muchos aspectos, indican el florecimiento de una nueva concepción del mundo, de un despertar de Europa, que en el arte . una de las manifestaciones junto a la lengua más ese nciales del ser humano- se fraguará, a principios del siglo XI. en el arte que ahora llamamos románico. El arte románico no responde a una voluntad; es fruto de un lento proceso en el que está inmersa toda la sociedad de la época, en el que lo próximo y lo lejano, lo cotidiano y lo trascendente afloran de manera distinta como lo habian hecho hasta aquellos instantes. Como en todo proceso, en éste del despertar de Europa hay contradicción y dualismo, como los hay en la lucha entre la iconolastia y la adoración […]. ( Joan Sureda, de El espíritu del arte románico»).